Reto 2. Relato con imagen

Tras la buena acogida que tuvo el reto con imagen que iniciamos Carmen Murguia y yo, hemos decidido continuar, por lo menos un reto más, aunque esperamos que alguno más pueda llegar. Acordamos ya que ella había escogido la primera imagen que esta segunda la buscaba yo, y esta ha sido mi elección.


Y el título de mi relato con imagen es :Somos uno. Esperamos que os gusten y os animo a leer el relato de Carmen Murguia.

                     ¿Qué nos habrán deparado las musas? 



                               Somos uno
La caja descansaba encima de la mesa pequeña a la espera de que su propietaria la volviera a abrir. Sin embargo, Laura era incapaz de levantar la tapa y mirar su interior. No podía creer que ese fuera su regalo de cumpleaños, como tampoco que su mejor amiga hubiese osado a traerle aquello.

Ella lo tenía claro: eso no era un regalo; era una pesadilla y una tortura. Lo que había en la caja representaba todo lo que quería dejar atrás y lo que le causaba, a la vez, su mayor sufrimiento.
Quería llorar paras sacar esa rabia que la devoraba por dentro, pero sus ojos se habían secado. Tan solo un quejido lastimero y quedo brotaba de sus labios contraídos por el dolor del recuerdo. De ese recuerdo, de ese momento que se llevó parte de ella. Laura había intentado todo para sanar esa herida que continuaba sangrando después de tres largos e interminables años.

Las palabras de su amiga todavía resonaban en su mente:
−Laura, míralo como una terapia de choque
−¡Fuera!− le gritó con rabia cuando cerró la caja. Mirar su interior le dolía tanto como recordar.
−¡Una terapia de choque!−repitió como una letanía−¡Qué sabrá ella! Si el más prestigioso terapeuta no ha conseguido que cierre puertas ¿Cómo lo iba a conseguir ella?

Laura abrazó sus rodillas y ejerciendo una fuerza descomunal las estrechó contra su pecho. Sus brazos se tensaron y los nudillos de sus manos perdieron el tibio color de la carne; blancos como la fría nieve se veían.
Con la mirada fija en aquel singular regalo, Laura comenzó a mecerse. Era un movimiento lento, hacia delante y hacia atrás. Poco a poco fue incrementando el ritmo convirtiéndose en una danza dantesca. La joven se había transformado en una especie de muñeco diabólico y lo único que la acompasaba era su dolor. El lastre de la pérdida supuso para ella su destrucción.
Sus ojos abiertos apenas parpadeaban y con la imagen en su rutina de aquellas flamantes zapatillas rojas, su mente la llevó por una espiral de emociones a aquel día en que cambió su vida.

Era un resplandeciente y caluroso sábado de finales de mayo. Estaban celebrando el cumpleaños de Rubén en un paraje natural y hermoso lejos de la bulliciosa ciudad en que vivían. Tras una deliciosa comida en un hotel rustico y tranquilo decidieron ir a pasear por los alrededores y visitar el conocido lago de la región. Rubén se calzó las zapatillas que ella le había regalado. Él se reía y siempre le aseguraba que era su talismán, que le traía suerte y con su último regalo iba a correr tanto que llegaría hasta el cielo. Sus ocurrencias y su carácter siempre le hacían mirar la vida con alegría. Con Rubén, Laura se sentía completa, amada y complementada. 

El sol empezaba a ocultarse en las colinas lejanas y la tarde estaba ya avanzada. La temperatura todavía era alta y el calor invitaba a darse un baño en el lago. La quietud de la superficie semejaba un gran espejo, reflejaba con nitidez y perfección todo lo que les rodeaba. Caminaron por las viejas maderas del embarcadero hasta llegar al borde. Laura se descalzó y se sentó en el canto. Sus blancos pies se balanceaban en el aire con miedo de romper aquella increíble y majestuosa quietud que reinaba en el agua. Rubén dejó sus zapatillas rojas al lado de ella y mientras se desvestía alegre y despreocupado, intentaba convencer a su novia para que se bañaran juntos. Tras su negativa y gritando la palabra cobarde se zambulló en las aguas tranquilas y oscuras. Silencio. Tan puro que dolía. Ni la brisa soplaba, ni los pájaros cantaban; el mundo se había detenido en ese instante.
Los segundos transcurrieron con tremenda lentitud para Laura. La inquietad comenzó a devorarla al ver que Rubén no salía a la superficie. Asustada y enfadada se levantó al percibir un dolor agudo en el pecho. La intuición la estaba llamando. Los latidos acelerados de su corazón le anunciaban un mal presagio. Una sombra negra se cernía sobre ella a pesar de la claridad que todavía la rodeaba. La oscuridad se le estaba merendando. Su grito desesperado rompió el silencio del atardecer. El nombre de Rubén en sus labios era el canto desgarrador de su corazón.
Una pequeña mancha oscura se apreciaba en la impoluta superficie del lago. Aguzada por los malos presentimientos se metió en el agua para buscar a su amado. A pesar de la escasa visibilidad que había bajo el agua, Laura reconoció enseguida el cuerpo de Rubén. Con desesperación y al límite de sus fuerzas lo arrastró hasta la superficie. La falta de reacción vaticinaba lo peor. El llanto le impedía ver bien, sin embargo nadó con él hasta la orilla mientras su fortaleza se iba desvaneciendo con cada lágrima. Exhausta, rabiosa y derrumbada taponó la herida de la sien con su camiseta. Lo acunó como si con ello le fuera a devolver la vida.
Las horas posteriores se perdieron en la bruma del dolor. Su mente apenas recordaba lo que pasó después.

Desde que Rubén perdió la vida aquella fatídica tarde. Laura dejó de ser ella para convertirse en un fantasma que no dejaba de culparse. Sus únicas y repetitivas palabras eran:
−«Si no hubiera insistido en pasear por lago»…
Esa frase junto con la última palabra que él pronunció, ese «cobarde» retumbaban en su mente día y noche. La imagen solitaria de aquellas zapatillas rojas en la madera se había convertido en su sombra. Ese lastre le impedía dejar el pasado atrás y vivir el presente. Sus escasas fuerzas se centran en querer retroceder en el tiempo para cambiar las cosas olvidándose de ella y de vivir. 

Laura abrió los ojos asustada, era la primera vez en tres años que soñaba con él. Su voz y su imagen habían sido tan reales que pensó que Rubén estaba realmente vivo. Aquellas palabras que le había susurrado tuvieron un efecto sedante. Sentía vacío y a la vez paz. Algo en su interior estaba cambiado.
La semi penumbra del salón y las luces de la calle anunciaban que la noche le acompañaba, se había quedado dormida. Estaba dolorida y cansada. Se levantó despacio y cogió la caja de la mesa para irse al dormitorio. El sueño y la fatiga la vencían. A trompicones y con los ojos medio cerrados se metió en la cama dejando el regalo a su lado.
El mediodía sorprendió a Laura en la cama, con la misma sensación que horas antes la había invadido: paz. Se asomó a la ventana, por el hueco de los edificios pudo ver un cielo azul despejado. Era el día ideal para recobrar su vida. Cogió la caja, sacó las zapatillas rojas y con el sentimiento que la invadía se las puso. Comenzó a caminar repitiendo como si fuera un mantra las palabras que Rubén le había repetido en su sueño:
− Somos uno. Ponte las zapatillas. Yo estoy siempre contigo cariño. Recuerda: somos uno.








Comentarios

  1. Muy sentimental, me ha encantado.

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    1. Gracias Nati por pasarte y por leerme. Me alegro mucho que te haya gustado.

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  2. Muy bonito Lu!! como siempre, en tus letras reluces!!!

    Mil besos!!
    Yolanda

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    1. Muchas gracias Yolanda.
      Escribo como sale del corazón, lo sabesy en este relato creo se nota. A pesar de su tristeza y de la intensidad he disfrutado mucho escribiéndolo.

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  3. Me ha parecido uno de esos relatos que hay que leer dos veces,al menos para captar la poesía de sus letras.mucho corazón,como siempre.

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    1. Gracias Carmen.
      Nunca se sabe como van a salir las historias. Cada una tiene su alma y es ella la que te maneja. En el fondo, somos sus marionetas.

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