La Casa


Aparcó el coche en una de las calles adyacentes del caso antiguo. Llegaba tarde a su cita, cogió con prisa el bolso y la nota que tenía en el asiento del copiloto. Cerró las puertas y se encaminó presurosa por la estrecha calle que tenía a su derecha, mientras el sol que se colaba por los tejados revivía ese entorno sombrío.
Hace tres días, Lucia recibió una llamada en su inmobiliaria de alguien que quería vender su casa. Al otro lado del teléfono, una voz dulce, pero a la vez llena de energía le preguntaba si podría desplazarse hasta Barbastro. Aquel hombre de voz jovial se presentó como Miguel. Se sintió cautivada por aquella desconocida voz decidiendo, movida por la curiosidad, hacerle un hueco en su apretada agenda.
Intentó acelerar sus pasos, pero el empredado de la calle hacía que fuera una lucha difícil pues sus tacones se encajaban entre los pequeños huecos de las piedras. En su caminar, Lucía observaba las típicas casas de un barrio antiguo; pequeñas, grandes, reformadas, viejas... ¡un conjunto muy variopinto con una acusada personalidad!. Aquellas calles no dejaban indiferente a ningún transeúnte.
En su mano derecha llevaba arrugado un pequeño papel donde había escrito con trazos ágiles la dirección y unas anotaciones para no perderse en ese laberinto de calles. Se paró para observar la bifurcación que tenía enfrente. Miró su estrujada nota y adenlantandose unos pasos examinó con detenimiento el lugar. La pequeña calle que tenía delante acababa en un espacio más ancho. Caminó por esa calle absorta en un solo pensamiento, Miguel. De ese modo llegó a ese espacio que antes había visto. Sus pasos la llevaron al centro de la plaza, la Plaza de la Candelera, justo la dirección donde había quedado con Miguel. Entre los dispares edificios que rodeaban la plaza destacaba una gran casa. En su cuidada puerta de madera resaltaba en color negro el número 6. Encaminó sus pasos por una pequeña cuesta que accedía a la casa, mientras arrugando el papel lo metió en el bolso.
En su mente dos preguntas bailaban sin cesar; ¿Quién era ese hombre que con una sola llamada había conseguido cautivarla?.. y ¿porqué quería vender una casa así?. Buscando respuestas llegó a la puerta. Se paró y respiró profundamente. Sus dedos acariciaron los estrechos ladrillos de la pared buscando el botón del videoportero que estaba a su izquierda.
De repente se abrió la puerta, no había nadie, ni rastro de ningún hombre. No se atrevió a entrar, tan solo inclinó un poco su cuerpo hacía adelante para que sus ojos se acostumbraran a la semi-penunbra del interior. Recuperó su postura y dio un paso hacia atrás mientras buscaba en su bolso el pequeño papel arrugado, pensando que se había equivocado de dirección.
¡Aquello no era una casa, era un museo!.
Una gran estancia vestida por múltiples y variados objetos de otras épocas.
Sus ojos estaban perdidos en el bolso, una voz la sobresaltó. Miró al frente, delante de ella había un hombre alto, de ojos azules, rubio... pero de edad indefinida tendiéndole la mano.
  • Hola Lucia, soy Miguel. Y no, no te has equivocado. Esta es la casa de la que te hablé, la que quiero vender, mi casa.- le dijo mientras estrechaba la mano de Lucia.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Lucía al estrechar la fría mano de Miguel. Lucía sorprendida por la reacción de su cuerpo entró en la casa despacio. Miguel mientras tanto le indicó con un gesto amable de su estilizada mano que avanzara al interior.
Miguel cerró la puerta de entrada, ambos se quedaron en silencio, ella observando todos los viejos utensilios que había colgados en la pared y él observándola a ella.
Se acercó a Lucia despacio sin hacer ruido y estando a su altura le dijo:
  • Ven conmigo, sígueme.
Ella sintió escalofríos y un aire frío recorrió su espalda erizándole el vello de los brazos.
Al ver su reacción Miguel le dijo:
  • No te preocupes, es una casa vieja, tiene más de 200 años. Los muros son muy gruesos y siempre se nota frío aquí abajo. Anda acompáñame y se te pasará.
Subieron por la ancha pero corta escalera que conducía al piso superior, dejando atrás unas cuantas puertas sin abrir y estancias sin visitar. El ambiente continuaba frío, a pesar de los múltiples apliques de luz que había colgados en la pared. Miguel se paró delante de una bella puerta de madera y cristal, bajó la manecilla dorada y entró en una gran estancia. Cuando entró Lucía las luces de la antigua lámpara empezaron a parpadear, Miguel se acercó al interruptor de la luz y lo accionó dos veces quedando fija la luz. Su voz resonó en todo el comedor:
-¡Estas casas viejas!...- dijo mirando a Lucía.
Aquello le puso nerviosa, aún no había podido quitarse ese frío tan helador que tenía dentro. Miguel se acercó a ella incitándole a que le siguiera. Siguieron subiendo por las escaleras, de pronto un gran ruido se oyó en el piso de arriba y después el silencio. No se oyeron voces, sólo extraños ruidos. De nuevo en el silencio, miles de preguntas asaltaban la mente de Lucía acelerando su pulso y sintiendo sensaciones incomodas en su cuerpo. Una nueva ráfaga de aire rozó su cuello desnudo. Se giró, pero allí no había ninguna ventana de donde pudiera venir el aire.
-¿De dónde provenía ese aire?- fue la última pregunta que se sumaba al revoltijo que recorría por su mente.
Al doblar en la escalera, un impulso hizo que Lucía girase su cuello para ver el gran espejo que había en la pared. Se paró en seco, no podía creer lo que estaba viendo. Se frotó los ojos con sus puños y volvió a mirar. Su pulso se aceleraba cada vez más, sentía las pulsaciones en su sien. Le costaba respirar. Sentía miedo.
  • ¿Por qué no veía reflejada la imagen de Miguel en el espejo?- una nueva pregunta asaltando su mente.
Miguel viendo paralizada a Lucia soltó una sonora carcajada que se oyó por el gran hueco de la escalera:
  • ¡Parece que hayas visto un fantasma!- dijo mientras bajaba por las escaleras tendiéndole la mano.
Sus ojos se clavaron en los de ella. Lucía se estremeció al ver un abismo en esos ojos claros. Mientras subía por las escaleras se obligó a pensar en la casa como una mera transacción económica. Una casa cuidada, de gusto exquisito aunque en algunos espacios la decoración era algo barroca, un producto difícil, eso sin pensar en las extrañas sensaciones que notaba en la casa. Decididamente no, no quiero tener esta casa en mi inmobiliaria. Se pararon en la única puerta que estaba cerrada. Miguel hizo un gesto extraño en la puerta que ella no alcanzó a ver bien, su cuerpo lo tapaba. Agarró la manecilla con decisión y abrió la puerta, él entró hasta el medio de la espaciosa habitación y sonriendo le dijo:
  • No te preocupes, seguro que los ruidos que oíste eran de la casa de al lado.
Miguel se distrajo un segundo mirando por la amplia ventana. En aquel momento ella entró, Miguel había dejado de sonreír. Justo al otro extremo de la habitación, había otro gran espejo. Lucia se acercó de puntillas sin hacer ruido para ver el reflejo en el espejo. Su corazón latía cada vez más rápido, apenas podía respirar. Sentía como si el corazón le fuera a salir del pecho. En el espejo consiguió ver una silueta de perfil. Un ser deforme que no era de este mundo. Una gran cabeza desproporcionada con profundos surcos en la piel, en una piel negra como el carbón.
El terror la paralizó, quería huir. Tapó la boca con sus manos ahogando los gritos del miedo. Respiró profundamente y cuando pudo gritar, despertó. Lucia se encontró sentada en su cama. Aún era de noche, fuera todo estaba oscuro. Todo había sido un mal sueño... o una advertencia. Se acostó con la única idea de llamar a Miguel para anular su cita.

Comentarios

  1. hola LU
    Yo te sigo aqui, no hay problema, este relato ya lo habia leido, supongo que en tu blog de LDA, ahora no lo recuerdo, de todas formas es muy bueno. Besos

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  2. Hola Tina:
    Me alegro verte por aqui. Espero verte más veces.
    Besos

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  3. Hola Antonio:
    Me alegro que te haya gustado. Espero verte por aqui más veces.
    Besos

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